16 de mayo de 2011

El extraño ser.

Fue el día que tuvo la necesidad imperiosa de escribir. Porque si bien le encanta hablar y se destaca por su elocuencia, hubo un tiempo en el que se sintió muda. Incapaz de decir las cosas más simples o explicar las experiencias más complejas.

Un buen día un extraño ser microcóscopico invadió su ser. No tenía idea de qué se trataba pero no molestaba. Por ende decidió, quizá acertada quizá no, dejarlo. "Ya se va a ir, no soy de la clase de personas que albergan a estos seres", se dijo a si misma. Ilusa, no supo medir la dimensión que tomaría. Pero no es el punto, por ahora.

Era de esas mujeres impulsivas, versátil, de hacerse querer y odiar con facilidad. De tendencia a preocuparse en demasía por el medio que la rodea, especialmente sus más allegados. Inteligente, elegante, atractiva. Podría seguir describiéndola, como esas personas que pasan con perfume intenso y aunque no las conozcas te impregnan una sensación de saberlas, de haberlas tocado. Pero lo que dura el aroma del perfume es lo que dura la sensación. Un efímero momento que quedará en el inconciente.

Sin embargo, vuelvo al extraño ser microscópico, que crecía y cada vez eran más recurrentes sus visitas. Quería hacerse notar. Y lo lograba. "Tranquila Amelia, tranquila", se repetía. Sin que nadie la escuche, porque ella era una persona fuerte. Era un pilar que sostenía al resto. Derramaba un par de lágrimas, pero medía el tiempo. Lloraba lo suficiente como para descomprimir su esternón pero se detenía antes que su nariz de transformara en la de un mismísimo payaso y que alguien pudiera notarlo. De más está decir que la rodeaban familiares. Y ni hablar de amigos. Si, ellos se consideraban amigos de ella.


Amelia inflexionó y empezó a permitir que ese extraño ser fuese su única compañía. Nadie lo sabía, pero esa era su doble vida. Una ferviente sonrisa y frente alta ante el mundo. Pero no, ella en realidad se sentía oscura, inncesaria, incapaz, detestable, infeliz, MUERTA. Si, la vida para ella era un término físico. El latido del corazón y el sistema respiratorio. Aunque ambos desfallecían cada vez, un poco más ante la aparición del extraño ser, que claramente ya no era microscópico. Era intenso, tanto que no podía desarraigarse de él.

-"¡BASTA! ¿Qué querés de mí? ¿Qué te hice?"

- "Quiero consumirte, quiero hacerte morir. Quiero que perezcan tus pensamientos y sentimientos más profundos de una vez por todas. No sos lo que eras ni volverás a serlo. Aceptalo. Sos mía y nada más que mía. Ahora y para siempre. O lo que dures".

Dos sesiones duró Amelia en la psicóloga, porque un día el extraño ser parecía haber desaparecido. Ahora entenderán por qué seguía siendo ilusa a pesar de su inteligencia.

¿Inteligencia? No. El extraño ser había consumido todas su virtudes.

Amelia era una isla. Y no precisamente una isla paradisíaca de la Polinesia. Una isla impenetrable. Se había hecho sorda a su propio sentido común, a su conciencia y a sus seres queridos. Se había hecho muda, ciega y por sobre todas las cosas, insensible. Su estado era calamitoso. Y me invaden unas tremendas ganas de llorar de solo pensarlo.


Hasta que Amelia un día despertó. Y en vez de acariciar a ese extraño ser (porque ya se había encariñado del de él cual síndrome de Estocolmo), decidió seguirle el juego. Ella triunfaba mientras él se mantenía calmo.
¿Triunfaba?

Amelia entendió que ese extraño ser contra el que luchaba, con el que se encariñó luego, mediante el cuál perdió amor y presente, era ella misma. Y nadie más.

Ahora todo estaba en sus manos, y latente estaban en ella las palabras "No sos lo que eras ni volverás a serlo. Aceptalo. Sos mía y nada más que mía. Ahora y para siempre. O lo que dures".


Y esta era la verdadera lucha. ¿Cómo ser lo que era? ¿Cómo permanecer?

Fue el día que tuvo la necesidad imperiosa de escribir.
 

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